jueves, 30 de mayo de 2019

Escritura y convivencia

Hoy he encontrado estas páginas de un cuaderno que comencé hace casi dos años (y que no continué, jeje):

A menudo, me vienen pensamientos que me gustaría plasmar en el papel. Lo malo es que cuando tengo el tiempo o la ocasión para sentarme a hacerlo, esos pensamientos que pudieron parecerme ingeniosos o lúcidos en su momento, ya se han esfumado. Lo mismo que el momento que me inspiró como las palabras que me dictaba el pensamiento. Es curioso cómo el simple acto de empuñar el lápiz ya hace que se desvanezca el discurso que había imaginado instantes antes, junto con las palabras que lo hilvanaban.

Ahora mismo recuerdo a Lope de Vega. No sé si "Un soneto me manda hacer Violante" empezaría así. Si, sin estar inspirado para escribir, se sentó a ello. Y, "burla, burlando", ya lleno mi primera cara del cuaderno, y comienzo la segunda.

Podría escribir sobre la dificultad que encierra la convivencia; sobre las trabas que nos ponemos unos a otros a pesar de que nadie conscientemente quiere hacer daño a otro (nadie emocionalmente equilibrado, quiero decir). La convivencia podría resultar muy sencilla si nos parásemos a pensar unos segundos, y decidiéramos qué es mejor: elegir defender nuestro orgullo, aunque esto pueda generar conflicto, o elegir defender la buena convivencia con nuestros seres queridos, y no tan queridos.

En realidad, no hay tantas causas, circunstancias o motivos que merezcan nuestro enfado, o, mejor dicho, que merezcan sacrificar la paz. Tal vez, sólo cuando atacan nuestros principios o nuestros valores, o a otro ser humano, especialmente, si es un ser querido.

Pero, incluso si atacan nuestras ideas, tampoco merece la pena perder la paz interior, pues la mayoría de las veces, la otra persona no quiere o no va a escucharnos; no vamos a conseguir que cambie de opinión y puede que ni de actitud. Nuestros principios no van a desparecer  porque alguien los ataque. Entonces, sólo merecería la pena arriesgar nuestra paz interior si alguien nos obliga a hacer algo que vaya contra nuestros principios.

¿Qué es más importante? ¿Ser feliz o tener razón?


¿Quién es más fuerte? ¿Quien se enfrenta al otro por sus actos o por sus ideas o quien consigue mantener la calma sin sentirse atacado? Yo lo tengo claro: el que conserva la calma; a mí, me cuesta mucho más esfuerzo. Cuando nos enfadamos por las palabras o  los actos de otra persona, estamos perdiendo poder sobre nosotros mismos y otorgándoselo a esa persona. Tenemos la ocasión de elegir y decidir cómo podemos responder al respecto, e incluso, decidir no responder.

Por supuesto, que no es fácil, pero es posible. Lo que es imposible es lograrlo sin intentarlo.

Se me quedó grabada una anécdota que me contó una amiga querida y sabia de un niño que había roto una figura en casa de la abuela. Esta se enfadó muchísimo con él. Debió de ponerse de tal manera, que mi amiga se planteó la siguiente reflexión: "¿Qué es más importante? ¿La figura o el niño?" Y no se me olvida. Intento hacer pensar a mis hijos cuando se enfadan mucho. Les pregunto: "¿Qué es más importante? ¿Lo que te ha provocado el enfado o la persona con la que te has enfadado?".

Somo, 4 de junio de 2017


No hay comentarios: