jueves, 10 de noviembre de 2016

Si no soy yo, ¿quién?



No hay día que pase sin preguntarme qué le ocurre a este mundo nuestro que permite que miles de seres humanos perezcan en las puertas de Europa sin hacer absolutamente nada.

Mientras pensamos que no va con nosotros, que no pueden entrar todos, que ya tenemos bastantes problemas internos, que es peligroso, que lo tienen que hacer otros... hay PERSONAS que, a diario, sufren y pierden sus vidas. Sólo en 48 horas, el mes pasado, entre el 3 y el 4 de octubre, Italia rescató a 11000 personas de las aguas del Mediterráneo.

Con excusas y e indiferencia, no es posible hallar solución al "problema"; tampoco esperando a que lo resuelvan quienes lo tienen que resolver.

Hace poco leía este artículo a propósito del problema que tiene un chico de Camerún a quien el Gobierno de Cantabria está tratando como un número en una lista sin ver la historia que hay detrás. Ante la indiferencia de personas que ignoran a este ser humano, el autor reflexionaba: "Quizás  tienen la mirada tan domesticada que ni siquiera lo vieron. Quizás un día lo vieron, pero poco a poco lo fueron perdiendo de vista y, a día de hoy, se escandalicen si se les acusa de no ver esa parte del cuadro que nos humaniza, que aún nos permite rebelarnos contra las injusticias."

Miremos el cuadro completo y no nos quedemos al margen. Es nuestra responsabilidad como seres humanos. Cuando en el futuro alguien pregunte cómo se pudo consentir esta catástrofe humanitaria, recuerda que tú formas parte de este momento histórico. Los civiles, durante la invasión nazi, pudieron elegir entre el conformismo y el inconformismo. Gracias a los segundos, se salvaron muchos judíos. ¿En qué lado elegimos estar? El inmovilismo también es una forma de elección.

Esta semana, veía con mis alumnos el maravilloso discurso de Emma Watson ante la ONU, como embajadora de las mujeres. Ella planteaba la siguiente reflexión: "Si no soy yo... ¿quién? Si no es ahora... ¿cuándo?" Y citaba al estadista Edmund Burke:

Todo lo que se necesita para que las fuerzas del mal triunfen es que los hombres y mujeres buenos no hagan nada.

Cuando se nos presenten oportunidades de actuar ante las injusticias, recordemos que nuestra labor es tan importante como la de cualquiera. Es más, si no nos salen al paso, busquemos oportunidades de dar voz y visibilidad a los que no tienen los medios, para que no caigan en el olvido.

Ayer mismo, nos hemos levantado sorprendidos y asustados ante los resultados de las últimas elecciones en EEUU, que nadie esperaba. Hace unos meses, ocurrió lo mismo con el Brexit. La extrema derecha va avanzando posiciones en países europeos. ¿Vamos a esperar sentados contemplando el panorama, hasta que no haya vuelta atrás? Por favor, pensemos seriamente qué podemos hacer cada uno. Por muy poco que sea, el océano estaría incompleto sin esa gota. Gandhi decía algo parecido a Edmund Burke:

  Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. 

Termino con otro fragmento del artículo de El Faradio:

"Quizás haya quien piense que Samuel K solo es el personaje de una novela de Kafka, que existe tan solo en la literatura. Quizás no conozcan a Samuel K, porque aunque le tienen cara a cara no le ven. Les separa tantas excusas y justificaciones que hacen de Samuel K el culpable de estrellarse contra el suelo, de venir aquí buscando una tierra de acogida, de huir del dolor y la guerra, de la miseria o la persecución. De creerse palabras como derechos humanos, democracia o ese “bienvenidos” cosido a las lenguas de doble filo, esas que dicen una cosa pero hacen otra. De creer que aquí le darían esa oportunidad que otros le negaron. De pensar que iba a ser tratado como un ser humano y no como una mercancía, como otro número, como una pieza defectuosa y por eso desechada sin más en un “proceso” que ni siquiera es Kafkiano, sino inhumano."

miércoles, 12 de octubre de 2016

El debate sobre los deberes


En estos días, asistimos a un debate abierto sobre los deberes, que ha trascendido a las normas de inicio de curso de la Consejería, y por tanto, de los centros educativos. Aprovecho este momento para ordenar mis reflexiones al respecto, como madre y como docente.


  • La primera y principal reflexión es acerca del sistema educativo, donde creo que radica, tanto el origen del problema, como su solución:
    • No estimula las diferentes inteligencias.
    • Su base es tradicional tanto en la gestión de medios, como en el tiempo, en el espacio y en la metodología.
    • Es necesario bajar la ratio por grupos para poder garantizar una enseñanza de calidad.
    • La formación del profesorado resulta insuficiente para los cambios que demanda la sociedad.
    • Son ya varias las décadas que se lleva arrastrando un alto porcentaje de fracaso escolar que las distintas medidas propuestas hasta ahora no solucionan.
    • En Finlandia, pionera de la educación, no hay fracaso escolar, y no existen los deberes tal y como los entendemos aquí. No creo que los niños sean ni más inteligentes ni que estén peor preparados. Los que sí que están mejor preparados (y pagados) son los profesores.
  • Mi segunda reflexión es que mientras, desde las distintas administraciones, no se aporte ninguna solución a los problemas anteriores, la frustración de alumnos, padres y profesores continúa, y ha estallado en las iniciativas individuales de varios padres (recomiendo ver el vídeo del enlace si alguien no  lo conoce).
    • Nuestra consejería parece creer zanjarlo pidiendo deberes creativos e individualizados (¿para grupos de veinticinco alumnos en Primaria y treinta en Secundaria?) Desde mi punto de vista, opino que esta propuesta es muy imprecisa y nada factible; sólo origina más frustración y más confusión entre las partes.
    • José Antonio Marina (no se trata de una opinión más, sino de un experto que lleva años desarrollando su labor de investigación fuera de España, tanto en la educación como en el campo de la neurociencia para intentar arrojar algo de luz al sistema español) sostiene que seis horas de clase al día en el centro educativo son más que suficientes para el aprendizaje de un alumno. Si se necesita más fuera de las horas lectivas, es que algo está fallando en el sistema. Esto no quiere decir que se desprecien valores siempre necesarios como el esfuerzo, la responsabilidad, el hábito o la memoria. No se trata de una crítica a una profesión que merece todos los respetos de la sociedad sino de una reflexión a la que he llegado después de veinte años de docencia, y doce, de madre. Porque no concibo la vida como verdades estáticas, sino que procuro ir evolucionando día a día.
  • Entonces, ¿qué podemos hacer? Creo que sólo nos queda una alternativa a padres y profesores: aplicar el sentido común:
    • Por parte de los profesores:
      • No “mandar por mandar”, porque creen que es bueno hacer deberes porque sí, porque es lo que se ha hecho toda la vida, y si no, se está cayendo en la irresponsabilidad, y el niño fracasará en el instituto y en la universidad. Cuestionarse si realmente es necesario lo que se está mandando, si se trata de actividades sencillas y útiles que no frustren al alumno. ¿Cómo es posible que se diga que los niños absorben como esponjas y acaben aborreciendo la escuela desde muy tempranas edades? Es evidente que algo se está haciendo mal, y debe corregirse. El exceso de deberes o la propuesta de actividades que no se adaptan al alumno genera frustración y conductas de evitación; se convierte en un círculo vicioso que provoca que existan niños que acaben por no querer hacerlo. Así comienza el fracaso escolar. Cuando se detecta y se quiere corregir, ya es demasiado tarde.
      • Buscar métodos para coordinarse con los demás profesores, especialmente en Secundaria.
      • Entender que la necesidad de las actividades extraescolares (deportivas, artísticas, o de idiomas) viene motivada por las propias carencias de la escuela, que no abarca correctamente estas competencias.
    • Por parte de los padres:
      • Desvincular una buena educación de la dosis de deberes que hace el niño. Un estudiante finlandés de quince años dedica media hora diaria a los  deberes y el 71% realiza estudios universitarios; mientras que, en España, un estudiante de la misma edad dedica dos horas, y sólo llega a la Universidad el 50%. (Fluvium)
      • Ser consciente de las necesidades de los hijos y acompañarlos en su aprendizaje. “Mi escuela es mi segunda casa, pero mi casa es mi primera escuela”
      • Controlar que sea el niño quien elige las actividades extraescolares, que realmente desea ir o es necesario para él, y que no es un deseo (o una necesidad) exclusivo o mayoritario por parte de los padres.
    • Que tanto padres como profesores tengan presente que lo principal es que el alumno sea feliz, que evolucione, pero que sea feliz. Si notamos que se muestra infeliz de alguna manera, es que lo que estamos haciendo no está funcionando correctamente y hay que replanteárselo.
    • Por parte de la Administración: lograr cuanto antes un pacto educativo ajeno a gobiernos de los distintos partidos políticos, tomar como referencia otros sistemas educativos y escuchar a los expertos.


En conclusión, que un debate que conmueve a la sociedad evidencia un problema de base. Es necesario buscar propuestas que satisfagan a todas las partes mientras no se adopte una solución definitiva. Esto implica escucharnos unos a otros, comprendernos y hacer concesiones.




viernes, 27 de mayo de 2016

¿Qué es el éxito?



Hace unas semanas, acudí a una fiesta de antiguos alumnos del colegio al que asistí desde los cuatro hasta los dieciséis años. A algunos compañeros, hacía más de veinte años que no había vuelto a verlos.

Como educadora (madre y docente), he estado dándole vueltas a algo que me ocurrió con uno de estos compañeros. Al verme, le costó reconocerme, y no recordaba mi nombre. Recordaba que era "chiquitina" (aunque según él, he crecido, jaja) y buena estudiante. Como dice Elsa Punset, "Podrás olvidar lo que las personas dijeron; podrás olvidar lo que las personas hicieron, pero no podrás olvidar lo que te hicieron sentir". En fin, eso es lo que yo había hecho sentir a mi compañero: "chiquitina y estudiosa". Yo recordaba de él que era muy simpático; una temporada que nos sentaron juntos, me lo pasé muy bien. Nos contó que sus hijos se andaban intercambiando la etiqueta de "malo" el uno a la otra, y que le preocupaba que se les encasillara de tan pequeños, porque una vez que arrastras una etiqueta no te la quitan nunca.

Supongo que cada uno guarda sus propios sinsabores personales de la época del colegio y de la infancia. Yo no dejé más huella porque no era una alumna "popular", y esa es una de las razones por las que he tardado en decidirme a acudir a estas reuniones, no quería volver a sentirme igual de poco popular e insignificante que me sentía a veces en el colegio. Sin embargo, creo que a este compañero, aunque era popular, y yo guardo buena impresión de él, todavía le pesa la etiqueta de mal estudiante. Es decir, que cada uno tiene su propia insatisfacción de aquella época.

Una reflexión suya me llamó la atención: que las personas que han sido buenas estudiantes en el colegio son las que tendrán éxito en el futuro. No puedo estar menos de acuerdo con esta afirmación, y pienso que lo que se sabe hoy en día sobre psicología y educación lo justifica. Hay muchos tipos de inteligencia que el sistema educativo no potencia y que, sin embargo, contribuyen al éxito de las personas. Es verdad que los niños con autonomía, con una buena resiliencia y resistencia a la frustración son más propensos al éxito en la vida adulta, pero esto no sólo se consigue teniendo buenas notas. De hecho, conozco tanto casos de muy buenos estudiantes en su etapa escolar, que fracasaron posteriormente, como otros que despuntaron cuando al fin pudieron centrarse en aquello que se les daba bien. No es sólo ser buen estudiante lo que te encamina al éxito en la vida. Pienso que, afortunadamente, es un conjunto de muchos factores.

¿Qué es tener éxito en la vida? ¿Hacer lo que te gusta? ¿Tener una familia? ¿Ser un buen padre? ¿No atarte a nada? ¿Tener tu propia empresa? ¿Viajar por el mundo? ¿Bailar? ¿Escribir? ¿Escalar? ¿Pilotar aviones? ¿Tener dinero? ¿Ayudar a los demás? ¿Ser un buen profesional? ¿Lograr tus sueños? ¿Reinventarte a ti mismo? ¿Salir de la zona de confort? ¿Superar los golpes de la vida? ¿Ser feliz? ¿Ser famoso?...

¿Quién mide el éxito que has tenido? ¿Tú mismo? ¿Los demás? ¿Tus antiguos profesores? ¿La universidad? ¿Tu jefe? ¿El gobierno? Desde mi punto de vista, el éxito debería medirlo uno mismo porque, si no, siempre se estará a expensas de la opinión ajena, y nunca sentirás haber logrado ningún éxito. Ser feliz con lo que se haya logrado, sea "mucho" o "poco".

Todo es relativo, en Etiopía o en Siria, se conformarían con sobrevivir a una hambruna o a una guerra, ¿no? Que unas cuantas células se juntaran para formar un ser único e irrepetible ya es un éxito en sí. Puede que no seas perfecto, pero no hay ninguna otra persona en el mundo tan valiosa ni tan especial como tú. Que cada uno desarrolle su propio potencial porque sus éxitos son suyos, de nadie más, y nadie puede apropiarse de los ajenos.

Todos (altos, bajos, guapos, feos, rubios morenos, populares, impopulares, más listos, menos listos, más estudiosos o menos...) estamos hechos del mismo material: de sentimientos, de emociones. Por eso, a todos nos duele lo que nos hace daño, y nos alegra lo que nos hace felices. Por eso, recordamos lo que las personas nos hicieron sentir, aunque no recordemos ni sus palabras ni sus actos. Por eso, nos preocupamos de nuestros hijos y de su felicidad. Por eso, es fundamental trabajar la más importante de las inteligencias en nosotros y en nuestros hijos: la inteligencia emocional. Dominar esta inteligencia sí que es todo un éxito.

sábado, 30 de abril de 2016

Meditación o mindfulness con Intimind



Hace tiempo, me sirvieron de mucha ayuda las orientaciones de mi amiga virtual Imma para aprender a meditar, como ya conté en esta otra entrada. Resulta que Imma, por vueltas que da la vida, se reorientó profesionalmente y ha montado con otras personas una aplicación para meditar: Intimind.

De momento, sólo existe una versión para dispositivos de Apple. Es un curso de meditación estupendo. Para el que quiera aproximarse a este mundo, hay siete meditaciones gratuitas disponibles de las 21 del programa de introducción, y la primera de cada uno de los demás programas (equilibrio emocional, salud y estrés, trabajar mejor y relaciones personales). Ya sólo por esto, merece la pena descargarse la aplicación. Conseguir un programa completo cuesta como un libro: 24,99.

Se trata de meditaciones de mucha calidad en el contenido y en la reproducción. La voz de Imma nos saluda y acompaña con suavidad y dulzura, sin afectación ni palabrería innecesaria. El lenguaje asertivo con el que están elaboradas te anima a continuar y te hace entender que los "fallos" que puedas tener en la meditación son normales, le ocurren a todo el mundo. Sólo se consigue meditar de una manera: practicar, practicar y practicar. Si quieres notar sus efectos, hay que entrenar el músculo de la mente. Lo mismo que no puedes tonificar tu cuerpo sin hacer ejercicio, no puedes tonificar tu mente si no practicas.




Estoy mejorando aspectos que me costaban, como centrarme en la respiración; ahora entiendo por qué es tan importante. Pero, sobre todo, se trata de llevar a la práctica "un libro de autoayuda". Te enseña a enfrentar tus emociones, a aceptarlas, a aceptar la circunstancias de la vida, a aprender empatía, amabilidad y compasión con uno mismo y con los demás, a practicar la paciencia; a tomar distancia de la mente y sentir con claridad que "tú no eres tu mente".

Me ha hecho reflexionar sobre cuál es el objetivo de la meditación: indagar en los patrones de la mente que amargan tu vida; sólo si eres consciente, puedes hacer algo para cambiarlos. He caído en la cuenta de que a veces tiendo a "huir de mí misma", y por eso, acabo haciendo cosas improductivas o perjudiciales. Con la meditación, consigo estar conmigo misma en paz y armonía, aunque haya ocasiones más satisfactorias que otras. Desde que empecé a practicar, hará cinco años, no me centro hasta que hago la meditación. Mi cuerpo y mi mente necesitan ese momento para equlibrarse. Si algún día voy justa de tiempo, hago aunque sea dos, tres, cuatro o cinco minutos. Es un hábito que he incorporado a mi rutina matutina y del que ya no puedo prescindir. Y si puedo hacer varias al día, mucho mejor. Para mí el principal objetivo de la meditación es el bienestar. Además, gracias a imágenes y técnicas diferentes y originales, te transporta a momentos mágicos de paz, de armonía, de felicidad.

La meditación está al alcance de cualquiera. No es necesario seguir a ningún gurú ni levitar. Si algo se aprende precisamente al meditar, es que el objetivo no es dejar la mente en blanco, sino observar lo que ocurre mientras meditas, sin que te enrede, sin juzgar. Como repiten con frecuencia en Intimind, los momentos de distracción son "oportunidades" para volver a conectar con la respiración.

Asimismo, meditar no es exclusivo de los momentos de recogimiento, sino que la idea es llevarlo a la práctica en tu día a día.Todos los momentos son buenos para centrarte en la respiración, en tu cuerpo, en la aceptación, en la compasión, observar lo que ocurre, y distanciarte de tu mente. No existe la meditación perfecta, sólo existe la meditación de cada momento. El que no quiera pondrá todo tipo de excusas, pero no porque no puede, sino porque no quiere.

Yo diría que sólo se necesita una cosa para meditar: querer. Si quieres, puedes.


Es de los mejores regalos que he recibido en mi vida. Me parece un lujo tener a mi disposición este espléndido manual. Estoy eternamente agradecida a Imma por haberme introducido en la meditación hace años a través de Vicente Simón, y, por darme esta oportunidad ahora.

jueves, 31 de marzo de 2016

Un año sin gluten


El 17 de marzo de 2015, comí mi último alimento con gluten: unas deliciosas galletitas de avellana de la confitería Santos de Torrelavega. Fue minutos antes de entrar en la consulta de la médico, que está al lado, y de que me diera la noticia, tras una biopsia de duodeno, de que tengo intolerancia al gluten.

Aunque pueda parecer nostálgica, fue una buena noticia, una gran noticia. Por lo visto, es la causa de mis males y de mi fatiga crónica durante cinco años. Al fin, encontraba una explicación, y, sobre todo, una solución.

Los efectos de la dieta sin gluten fueron evidentes en el primer mes. Me desaparecieron todos los síntomas digestivos que pensaba que eran normales: adiós gases, adiós ruidos, adiós hinchazón, adiós diarreas, adiós barriga dolorida. El cansancio fue otra cosa, he tardado más en superarlo, pero, al ver los resultados en mi cuerpo. intenté conservar la esperanza.

Fue a partir de septiembre u octubre cuando empecé a notar más energía, aumenté mi actividad y mi resistencia al esfuerzo y disminuí mis tiempos de descanso, aunque aún los necesito. Al principio, me daba miedo decirlo en voz alta por si era una mejoría traicionera, como ocurre a veces con la fatiga crónica. Los hechos fueron confirmándolo, y ahora tengo que hacer un esfuerzo para recordar cómo era cuando me encontraba tan mal. El corazón dejó de acelerarse al comer más de lo normal o al forzarlo subiendo cuestas o escaleras. También me canso menos al andar, y he aumentado los tiempos. En pilates, resisto más, y si noto cansancio, no es porque mi cuerpo no responda al esfuerzo, sino por el ejercicio en sí; incluso he podido aumentar la dificultad.  Me han desaparecido la pesadez de piernas y el dolor de espalda. No he vuelto a necesitar la manta eléctrica. Y es que mis tejidos han cambiado. De estar siempre agarrotados y pegados al hueso, se han vuelto flexibles y sueltos. De padecer contracciones y dolores de espalda frecuentes, he pasado a tener molestias ocasionalmente, que me desaparecen con estiramientos o con descanso. También tengo menos migrañas y me remiten antes.

Cuando pienso todo lo que he mejorado, me pongo contentísima. ¡Qué bueno es encontrarse bien!, tener ganas de hacer cosas, de estar con mis hijos, de llevarlos y recogerlos a las extraescolares, de dar un paseo sin pensar desde el primer paso que tengo que volver, de hacer un recado después del trabajo en vez de volver directamente a casa porque necesito tumbarme con urgencia. Tengo ganas de hacer comidas, aguanto de pie sin agotarme ni marearme, hasta he jugado un par de veces a las palas con Jaime. Con frecuencia, olvido que estoy enferma. No tengo que renunciar a comidas o cafés, viajes o cenas... y estos no me suponen varios días de recuperación.

Me encanta que me digan que tengo mejor cara y que se me ve con más energía.

En fin, lo cuento porque, estos años atrás no han sido fáciles ni para mí ni para mi familia, y me gustaría que mi experiencia pudiera ayudar a otra gente, igual que a mí me ayudó la de una amiga. Si os encontráis mal, por mucho que los médicos lo vean "normal", insistid, mirad y volved a mirar y dad vueltas, y dad la lata, no os conforméis. Es vuestro cuerpo, es vuestra salud, es vuestra vida.

Cuando recibí la noticia, por un lado, sentí una inmensa alegría al abrirse ante mí una puerta a la esperanza; por otro, una rabia contenida al pensar en el tiempo que me podían haber ahorrado si, en vez de descubrírmelo después de cinco años, lo hubieran hecho a los cinco meses.

Agradezco la labor de los sanitarios que escuchan de verdad a los pacientes, que hacen caso de sus síntomas por muy "ligeros" e "insignificantes" que sean cuando dicen que lo que sienten no es normal; que no se conforman con una calidad de vida inferior, aunque el paciente no tenga una enfermedad "grave" ni mortal. Incluso que están dispuestos a creer lo que les cuentas a pesar de que no cuadre con lo que han estudiado o con lo que saben, que están dispuestos a abrirse a nuevas posibilidades si ven que, aunque todo sea "normal", el paciente no se encuentra bien. ¡Cómo reconforta encontrar una persona comprensiva y colaboradora al otro lado de la mesa!

No sé si se demostrará algún día el origen de la fatiga crónica, o si mi fatiga crónica es una secuela de la intolerancia al gluten sin diagnosticar durante años, y no me abandonará nunca del todo, pero pienso que, en mi caso, fue una etiqueta que me pusieron al no encontrar ninguna otra explicación, y después de haberlas buscado donde ellos creían que podían encontrarlas. Pienso que esto me ha acompañado toda mi vida y que hace cinco años se manifestó de manera más aguda por las circunstancias de estrés que vivía en ese momento.

Para dar pistas a un posible lector con sospechas de serlo, es importante decir que los síntomas de la intolerancia al gluten en adultos son muchos, variados y pueden no asociarse con ella. Los más frecuentes, aparte de los digestivos (que puede no haberlos) son la anemia ferropénica (la ferritina, los depósitos de hierro bajos) y el cansancio. Pero también está asociado a otras enfermedades autoinmunes, al colon irritable, al déficit de ácido fólico, vitamina D o B12, osteoporosis, artritis, fracturas, infertilidad, abortos recurrentes, menopausia precoz, desarreglos menstruales, dermatitis, herpes, psoriasis, vitíligo, aftas bucales, tiroidismo, transaminasas altas (yo las he tenido durante años sin saber la causa), epilepsia, ansiedad, irritabilidad (tener la tripa dolorida es muy irritante), depresión...

En fin, que es fácil que pase desapercibida si el médico no se lo plantea. Por algo se dice que hay un 80 o 90 % de celiacos sin diagnosticar. Porque, además, algo muy importante, la biopsia puede dar positivo aunque los anitcuerpos y los marcadores genéticos den negativos, como es mi caso y el de otras personas que conozco, y no todos los médicos lo saben.

El tratamiento funciona y no es tan grave como puede parecer al principio. En casa, una vez que te acostumbras, coges los hábitos y rutinas necesarios y se acostumbra tu entorno, es bastante llevadero. La adaptación puede llevar un mes o dos. Lo más latoso es la contaminación cruzada y las trazas, además de comer fuera de casa, pero tomando las precauciones adecuadas, también es posible.

No poder comer gluten es un engorro, pero hay tratamientos mucho más graves, y no precisamente inocuos, para otras enfermedades. Sé que el gluten me hace daño y saberlo me recompensa porque es la clave de mi bienestar.

Toda etapa oscura o difícil en la vida implica un aprendizaje importante, como explicaba en su día , y yo he aprendido mucho en estos años. He cambiado hábitos de vida y de mente (el más importante, la meditación diaria) Intento sostenerlos y trabajarlos con constancia, porque el cerebro tiene la mala costumbre de regresar a los caminos "fáciles" aprendidos durante décadas.

Ayer, chateando con un amigo, que ha tenido una recaída de su enfermedad, me comentaba que no podría afrontarlo solo. Me escribió algo muy bonito que reproduzco: "A veces, no encuentras en ti el espíritu de la compasión, pero si alguien te quiere, todo está arreglado. Esa es mi mayor fortuna, que la gente me quiere". Me hago eco de sus palabras. Es un gran tesoro tener familia, amigos, compañeros, conocidos que se preocupan por ti, que te aprecian, te cuidan, te miman, te sostienen cuando flaqueas o "se tumban a tu lado" a compartir tus lágrimas y tu desánimo. Sé que algunos me han visto sufrir, y lo han pasado mal conmigo, especialmente mis padres, mi marido y  mis hijos.

Gracias a todos por estar en mi vida,
por estar a mi lado.



FACE