De vez en cuando, escalofríos placenteros recorren la espalda.
El mar acaricia los oídos en el idioma universal que viene y va.
La mente indómita hace su trabajo.
Se escapa una y otra vez, pero, de vez en cuando,
encuentra paz en este espacio de rocas.
Las rocas se elevan sobre el mar y sobre el horizonte.
Ofrecen la seguridad de que la mente y el mundo
son un contenedor gigante de espacio donde todo cabe.
Caben los saltos de una idea a otra,
caben las obligaciones, las tareas pendientes,
la ansiedad, la culpa y el miedo;
cabe la incomodidad de la piedra bajo el cuerpo,
y también cabe la paz, la confianza de que el contenedor es amplio,
de que allá, en su fondo, hay paz.
Hay paz más allá de la mente.