Hace poco fuimos de excursión a Liébana, con parte de la clase de Jesús. Como una servidora no puede andar más de un kilómetro, sin agotarse, F, Jaime y yo fuimos por un atajo (mi marido no se atrevía a dejarme sola en medio del monte… y hace bien :-). Cuando llegamos, ellos salieron a buscar al grupo, y yo me quedé leyendo un libro que me habían recomendado, El poder del ahora de Eckhart Tolle.
Advierto que el libro es bastante denso, para leer despacio, y con contenidos muy espirituales, por no decir algo esotéricos. Creo que hay otros libros posteriores de él más prácticos (se pueden ver pinchando en la foto).
Hacía frío, pero solecillo e iba abrigada hasta las trancas… Como el libro te invita a parar a reflexionar sobre tu verdadero yo, como hay un yo que comprime a otro yo verdadero, y le impide manifestarse a través de una mente torturada por pensamientos, y a pensar en el Ser, una fuerza suprema que se podría identificar con Dios, me tumbé y estuve muy a gusto un buen rato, hasta que Fran me llamó al móvil… justo cuando estaba a punto de quedarme frita, ja, ja…
El libro empieza así:
Un mendigo había estado sentado más de treinta años a la orilla de un camino. Un día pasó por allí un desconocido. "Una monedita", murmuró mecánicamente el mendigo, alargando su gorra de béisbol.
"No tengo nada que darle", dijo el desconocido. Después preguntó: "¿Qué es eso en lo que está sentado? "Nada", contestó el mendigo. "Sólo una caja vieja. Me he sentado en ella desde que tengo memoria". "¿Alguna vez ha mirado lo que hay dentro?". preguntó el desconocido. "No" dijo el mendigo. "¿Para qué? No hay nada dentro". "Échele una ojeada", insistió el desconocido. El mendigo se las arregló para abrir la caja. Con asombro, incredulidad y alborozo, vio que la caja estaba llena de oro.
Yo soy el desconocido que no tiene nada que darle y que le dice que mire dentro. No dentro de una caja como en la parábola, sino en un lugar aún más cercano, dentro de usted mismo.
"¡Pero yo no soy un mendigo!", le oigo decir.
Los que no han encontrado su verdadera riqueza, que es la alegría radiante del Ser y la profunda e inconmovible paz que la acompaña, son mendigos, incluso si tienen mucha riqueza material. Buscan afuera mendrugos de placer o de realización para lograr la aceptación, la seguridad o el amor, mientras llevan dentro un tesoro que no sólo incluye todas esas cosas sino que es infinitamente mayor que todo lo que el mundo pueda ofrecer.
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