miércoles, 5 de febrero de 2014

Leer, obligar o no obligar, he ahí la cuestión (IV) ...

... o qué hacer con la lectura cuando la escuela se mete de por medio (II)

Si algo tengo claro como profesora de Lengua y Literatura es que inculcar el gusto y el hábito por la lectura es uno de mis principales propósitos, y, probablemente, el que más me gusta.

Ahora bien, reconozco que es complicado compaginar la obligatoriedad con el placer.

Mis inicios fueron al más puro estilo tradicional: libro propio juvenil o que se supone del gusto de la juventud (independientemente de los gustos y aptitudes de cada joven), elaboración de una guía de lectura, y examen sobre el libro. Desde que empecé en esta profesión (hará dieciocho años el próximo septiembre) mis ideas y mis métodos al respecto han ido evolucionando.

Una amiga me hizo reflexionar mucho al respecto cuando me contó que una de sus hijas, gran lectora, no podía subir nota porque no leía los libros que la bibliotecaria del colegio proponía para tal fin, sino otros que a ella le gustaban más, y que eran incluso más "gordos", así que en el rato obligatorio de biblioteca acaba leyendo el libro más delgado de los que le proponían para poder acabar pronto y dedicarse a las lecturas que realmente le gustaban. Pensé, ¿es que estamos locos o qué?, ¿cuál es la finalidad de poner nota por leer libros?, ¿por qué obligarlos a leer los libros que nosotros queremos que lean, cuando el objetivo es que les guste la lectura?

Quiero aclarar que yo soy profesora de Secundaria, no de Primaria, campo en el que no tengo experiencia como profesional, sólo como madre. Opino que la obligatoriedad en Primaria es muy peligrosa y hay que saber hacerlo muy bien, porque es el terreno que estamos abonando para un futuro lector, o no. Obligar a  leer, y a elaborar fichas a niños que están iniciándose en la lecto-escritura me parece arriesgarse a que aborrezcan la lectura, además de a que no adquieran correctamente la destreza. Pienso que en el primer ciclo de Primaria (e incluso en el segundo), que los niveles de adquisición de esta capacidad son tan diferentes entre los niños, no hay necesidad de elaborar fichas; tanto la habilidad como la comprensión lectora de un niño se pueden trabajar y comprobar con lecturas cortas que se realicen en clase. Si realmente se quiere estimular la lectura, hay muchas formas de conseguirlo: bibliotecas de aula, diez o quince minutos de lectura al día, préstamo de libros entre compañeros, lectura expresiva de un libro por parte de la profesora, lecturas en grupo, visitas semanales a la biblioteca del centro, lectura al aire libre...

En un esfuerzo de acotar el tema repasaré los factores que lo condicionan a mi parecer: la elección del libro, la comprobación de la lectura, y su evaluación, la educación del gusto y del criterio del alumno, no sólo mecánica, la lectura de obras literarias, y los distintos tipos de lectores y de capacidad que vamos a encontrar entre los alumnos.

La elección del libro:

En los institutos de Secundaria, a principio de curso, se pacta entre los profesores del Departamento qué libros proponer para cada nivel. El criterio que se sigue depende lógicamente de la postura de los distintos miembros del Departamento, y de que se pongan de acuerdo entre ellos.

Mi postura es elegir libros amenos que ilustren temas sociales, si se puede, o determinadas épocas de la historia para que los alumnos estén informados, que, además den pie a reflexionar y a debatirlos en el aula. Procuro que el libro me haya gustado previamente a mí para poder vender mejor el producto y engatusarlos; me resulta difícil convencer a alguien de que lea algo que a mí no me atrae ni me ha dicho nada.

A veces, las editoriales te ofrecen un encuentro con los autores, que es una actividad muy interesante, y se ponen uno o varios de los libros de acuerdo a este criterio. Pero, en mi opinión, si el libro no es bueno, no sé hasta qué punto merece la pena la visita del autor.

Otra opción es elegir libros que sabes que van a gustar a los alumnos aunque su calidad literaria no sea buena.

La comprobación de la lectura, y su evaluación:

A ver, aclaremos un dato importante que condiciona la mayor parte del problema: el profesor quiere comprobar que el alumno se ha leído el libro para poder evaluar su esfuerzo. Por ello, lógicamente, el profesor tiene que haberlo leído previamente. Esto supone que si manda un libro diferente acorde al gusto y a la capacidad de  cada alumno, tiene que haberse leído todos esos libros, y elaborar una prueba para cada uno. A esto, hay que sumar que los profesores de instituto pueden cambiar con frecuencia de centro, y la bibliografía varía mucho de unas bibliotecas y de unos departamentos a otros.

Hace ya unos diez años que suprimí las guías o trabajos de lectura porque me parece una manera de sobrecargar al alumno con trabajo, y anular su posible cariño hacia el libro. Lo que sí que me gusta hacer es empezar el libro entre todos en el aula. Lo leo en voz alta para encandilar al público si se deja. Cuando ya están familiarizados, lo leen por turnos, pero, a menudo, me piden que siga yo porque se enteran mejor al darle una entonación más adecuada. Para que cojan el hábito, pactamos un día o dos de lectura a la semana, para seguir leyéndolo. Les pongo un tope, y empezamos a partir de ese punto. Algunos no lo han leído, otros han leído más allá, y otros hasta la marca pactada. Cuando el ritmo de lectura se descompensa entre unos y otros, cada uno lee en silencio.

Según van avanzando, fijamos la fecha del examen.

Antes, elaboraba el examen con ocho preguntas breves o largas a desarrollar, que valían un punto cada una, y una opinión personal, que vale dos puntos. Pero me di cuenta de que había alumnos que yo sabía que habían leído el libro, y suspendían porque no sabían hacer bien el examen. Me daba mucha rabia, y, a ellos, más todavía. Así que empecé a elaborar exámenes tipo test, y mantengo el veinte por ciento de la opinión personal.

Otra manera de hacer la comprobación, pero más difícil de evaluar, es mediante exposiciones orales del libro que se han leído. Está bien que sea una vez al trimestre, si se puede, y así se aprovecha para que escojan libros de los que no tengo prueba escrita o que son populares entre los adolescentes.

Sé que hay alumnos que no terminan la lectura, o que van al examen habiendo leído un resumen que han copiado de Internet, pero, lo siento, es su problema, no el mío, soy profesora, no policía. Si aprueban con ese método, y yo no me doy cuenta, "mejor" para ellos. Siempre habrá alumnos que sí han aprovechado la lectura,  o que han logrado completarla. Aunque lo intento, soy consciente de que no lo puedo conseguir con todos.

No hay nada que me satisfaga más que saber que he ayudado a un alumno a aficionarse a la lectura, o a leer su primer libro completo (y con qué orgullo te lo cuentan), o a estimular a los que ya tenían la afición.

Continuará...
Entradas anteriores sobre la lectura:


2 comentarios:

Severina dijo...

Excelente, Blanca. No hay nada que añadir a todo lo que dices.

Blanca dijo...

Que sí, que sí lo hay, he escrito dos entradas más :-P