viernes, 28 de marzo de 2014

Más allá del peso

wishbone+spiral

Este documental brasileño es estremecedor por los casos que se pueden ver, y por la sociedad que representa. Puede que en Europa no haya casos tan alarmantes como los que presenta, ni la publicidad sea tan agresiva, pero el problema también existe. Como afirma Carlos González, en Mi niño no me come, el problema de la sociedad industrializada no es la desnutrición, sino la obesidad infantil. Uno de los médicos nos recuerda que está demostrado que la obesidad es proporcional al número de horas que los niños pasan delante del televisor. 

Las opiniones e informaciones relevantes de nutricionistas, cocineros, cardiólogos, psiquiatras, profesores… son esclarecedoras. Se denuncia el papel de la publicidad, de los padres y de los colegios en esta epidemia. Lo recomiendo encarecidamente, incluso para verlo con los niños explicándoselo. A mis hijos les impresionó. "¿Cómo puede una madre rellenar el biberón con coca-cola a su bebé?", me decía Jesús (9 años) Las imágenes con las equivalencias de azúcar y grasa de los diferentes refrescos, zumos y snacks son sobrecogedoras, así como los tiempos equivalentes en ejercicio para eliminarlos. No se trata de prohibirlos, pero sí que sepan que son algo excepcional, no habitual, y menos en el hogar.

Saber que cada vez que permitimos que se tomen una bolsa de patatas fritas, les estamos aportando 750 calorías (es decir que necesitarán casi dos horas de ejercicio intenso para quemarlas) es primordial. Y que no es lo mismo ingerir calorías de unos alimentos que de otros. 

Hay de fondo un uso totalmente inmoral de la publicidad para atraer a los niños hacia este tipo de alimentación insana e innecesaria, mediante juguetes. Los anuncios que los promocionan asocian  los productos con felicidad, salud, diversión, éxito social... Dice la madre de una de las niñas, que trabajó un tiempo para McDonalds: “Me sentía como si estuviese trabajando para un traficante de drogas o de armas” La determinación de esta niña para adelgazar emociona, cómo explica con gran madurez que antes pedía ir a establecimientos de comida rápida, pero que ahora cuando ve a gente comer allí le da asco, porque le apena pensar que esas personas puedan ponerse enfermas.

Casos de niños con colesterol, hipertensión, diabetes, que se cansan al correr, que no pueden hacer ejercicio, o, el más extremo, el de la niña que estuvo ingresada por una trombosis. Hay un niño con la tensión alta que cambiaba su material escolar por bolsas de patatas.

Reproduzco lo que me dijo mi amiga Judith (gracias por proporcionarme contenido para mi blog, jeje) después de verlo:

Lo importante es el día a día, que sencillamente cuando abran la nevera encuentren alimentos frescos, que tengan que hacer el esfuerzo de preparar un bocadillo, pelar o cortar una fruta. Que entiendan que comer exige una mínima preparación. Y que no haya tentaciones,  de las que se comen sin pensar: refrescos, patatas, palomitas de microondas, galletas, natillas, bollería industrial…

De ese modo, comer implica un pequeño esfuerzo y un ritual. Es más difícil comer por inercia si tienes que preparar y recoger después.

Como dice una de las científicas que interviene en el documental, comer es lo único que hacemos todos los seres humanos y que además hacemos (con suerte) varias veces al día.  Quizás hay días que no leemos o que no hacemos ninguna suma, pero comer seguro que comemos. Y además lo que comemos y cómo lo comemos condiciona totalmente nuestra salud. ¿Cómo no va a ser más importante entonces enseñar  a comer bien a nuestros hijos que las matemáticas o la lectura?

Está claro que estos primeros años también son primordiales en esto. Si educamos el paladar correctamente, lo educamos para toda la vida. Pero si se acostumbra a alimentos ricos en grasa, sal y azúcar, toda la vida tendrán que luchar con esa tendencia, y es una batalla perdida de antemano.



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