martes, 21 de junio de 2011

El teatro de los lirios


Creo que no hay libros ni páginas suficientes para recoger todas las barbaridades que puede llegar a cometer el ser humano a lo largo de la Historia, y a lo ancho del mundo.

El teatro de los lirios, de Lulu Wang, es una prueba más (dulcificada incluso) de esta afirmación. Nos cuenta a través de la historia de una niña cómo fue el terrible proceso de la Revolución Cultural china a manos de Mao Zedong, en la década de los 70; proceso en el que se persiguió, se torturó y se encarceló a intelectuales y universitarios. Está basado en vivencias personales de la autora, mezcladas con la ficción.

Narrativamente, deja que desear, sobre todo por su final totalmente descabellado e injustificado, pero, a pesar de su grosor, debido a la concatenación de anécdotas (unas, escabrosas; algunas, curiosas; otras, emotivas), se deja leer muy bien, con fluidez. Es esta retahíla de sucesos uno de los motivos que le hace perder valor narrativo, ya que, o no se les extrae el jugo suficiente, o se quedan colgando inconexos en mitad del hilo narrativo.

Aun así, el texto nos deja personajes entrañables, como los dos maestros de los que más aprendió Lian, o pasajes líricos, incluso brillantes; o, al contrario los insultos o las amenazas tan peculiares, a la vez que brutales que se proferían entre sí ("Deseo fervientemente que los hijos futuros de esa gentuza no tengan ano, para que se revienten con su propia mierda"), las sentencias chinas ("Una mosca jamás chupa de un huevo que no esté resquebrajado") o los nombres imposibles que recibían los locales y los edificios (Edificio Europa Occidental Es un Barco Que se Hunde Y China Es el Único País De la Esperanza).

Copio algunos fragmentos que me han gustado:

[…] De modo que me di cuenta de que es una niña encantadora. Supo responder de una manera ingeniosa a la pregunta: “¿Puedes contagiarme?”, que tan humillantemente le puede resultar a una chica de trece años. No sólo tranquilizó a su compañera, sino que además procuró no avergonzarla. Contestó firme pero cariñosamente, y su actitud fue correcta a la vez que muy afable.

[…] Las personas como yo quieren hacer mucho por su país, pero no saben cómo. Así pues, enseñemos a las jóvenes generaciones a ser más sensatas, para que puedan construirse un mundo más bello que el nuestro. (Pág. 54 y 55)

La madre de Kim alzó los ojos hacia el techo.

- ¡Oh! ¡Sólo el viejo y sabio Cielo puede ver con sus ojos el tremendo disparate que supone recluir en un campo de trabajo a estos intelectuales tan indispensables para nuestro país. ¿Qué pretende en realidad el emperador, ¡ay!, perdón, el presidente del Partido? ¿Qué todo el mundo sea tan tonto como el culo de un cerdo, que la gente acabe tan analfabeta como el padre de Kim y como yo? Nosotros estamos condenados a la nada precisamente por no haber ido a la escuela. Señora Yan, créame usted, eso que llaman la.., eh…, Revolución Cultural es como el rabo de un conejo: “no será larga, ni durará mucho” (Pág. 66)

-Lian, recuerda que “ser adulto” no es sinónimo de “ser sabio”. Fíjate, si no, en cómo los bebés expresan sus sentimientos y necesidades, y los recursos que tienen para hacerse valer […] Nosotros, los adultos, negamos a menudo nuestra propia naturaleza y, para colmo, intentamos que otros se avergüencen de la suya.

-¿De modo que no debo avergonzarme de mis ideas?

-¿Por qué ibas a hacerlo? [..] La vergüenza debería borrarse de la faz de la Tierra. Es un sentimiento inútil. La vergüenza te paraliza hasta tal extremo que te impide avanzar o retroceder. (Pág. 80)

-Lian, sé cómo se siente uno al encontrarse en el umbral de esa agitada vida nueva. Es como extraer una carta de la suerte ante una imagen de Buda: quieres leer enseguida lo que dice, pero el templo está demasiado oscuro… (Hablando sobre la adolescencia. Pág. 245)
¿Y si Kim ganaba? ¿Cómo encajarían que Kim, la oveja negra, consiguiera algún triunfo? Su prejuicio con respecto a Kim era como una astillita clavada en la lengua; extraerla implicaba dañar el tejido sano. Y eso no era agradable. (Pág. 312)

Lian habían visto muchas veces cómo los ganadores de competiciones eran premiados y admirados, pero nunca se había planteado por qué. ¿Acaso estaba ciega? ¿Conocía a un único campeón aclamado que perteneciera a la segunda o a la tercera casta? Repasó mentalmente a los “héroes” de los Juegos de Otoño de los últimos tres años y se avergonzó profundamente. Todos pertenecían, sin excepción, a la primera casta.

“Por favor, Kim, perdóname. Te he inducido a error. Aún no había comprendido que no obtienen el respeto quienes ya de entrada no son considerados dignos de merecerlo” (Pág. 315)

2 comentarios:

Vanesa dijo...

Has resumido a la perfección mis impresiones, Blanca. Se echa en falta poder ahondar en los personajes, la autora crea el clima adecuado, pero éste se diluye en el transcurso de los acontecimientos. De todos modos, la temática es impresionante.

Blanca dijo...

Gracias por tu comentario, Vanesa