Acabo de leer que hoy es el Día contra el trabajo infantil.
El otro día hablaba de El sueño del celta de Mario Vargas Llosa, que cuenta cómo se consiguió el caucho para “el mundo desarrollado”, a costa de explotar, y exterminar, a los indígenas del Congo y de la Amazonía, a principios del siglo XX.
Al leerlo, no he podido dejar de preguntarme cómo funcionarán en la actualidad las explotaciones de caucho, y cuántas otras explotaciones humanas consentimos con nuestro silencio, con nuestro dinero, con nuestro bienestar, todavía en nuestros días.
También me he acordado de otro libro, de literatura juvenil, que leí hace unos meses: La piel de la memoria, de Jordi Sierra i Fabra. Cuenta la historia de un chico africano de once años que es vendido por su padre a un hombre desconocido. Será obligado a trabajar como esclavo en una plantación de cacao. Es un ejemplo de las miles de vidas que les tocan en suerte a muchos niños, cuyas infancias son secuestradas, si es que no mueren en el intento, para abaratar los costes de muchísimos productos de distintos sectores (industria, alimentos, ropa, calzado, utensilios…) que consumimos en el resto del mundo.
Es imposible leer esta novela sin que se te atragante el cacao por las mañanas, o las onzas de chocolate que se derriten deliciosamente en nuestros paladares. Por eso, es tan importante apoyar el consumo de productos elaborados de forma justa, porque son los únicos que nos aseguran que no se ha explotado a ningún ser humano para conseguir la materia prima, ni para elaborarlo.
Pero, claro, en estos tiempos de crisis, el bolsillo acusa la diferencia de precio, que es notable, en productos de uso habitual en los hogares. La falta de consumo de estos productos no es sólo por la ausencia de concienciación. Se necesita un respaldo mucho más fuerte. Si todos los gobiernos del mundo, si las grandes empresas potenciasen realmente el comercio justo, todos saldríamos ganando.
¿Por qué las grandes potencias políticas y económicas que controlan los mercados consienten que se pisoteen los derechos humanos de millones de seres que se ven arrojados a la tragedia irremediablemente?
Pero no nos sentemos a esperar a que los poderosos reaccionen. Sacudamos a diario nuestra conciencia, y no olvidemos que lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena (Gandhi).
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