sábado, 28 de mayo de 2011

El sueño del celta


Esta es la última novela de Mario Vargas Llosa. No será su mejor novela, pero ha conseguido recrear una figura histórica, además de dar un gran testimonio sobre la colonización y sus consecuencias (a veces, brutales y catastróficas) en tres países bien distintos: el Congo, Irlanda y Perú.

La historia mezcla dos tiempos narrativos: el presente del protagonista esperando su ejecución por traición a la Corona Británica; su pasado como cónsul en África y en América, además de como líder de la independencia irlandesa.

La labor de documentación es asombrosa; varias partes del libro son una sucesión de fechas, personajes, reuniones, acontecimientos, viajes... de los tres enclaves, que, a veces, rompen el ritmo narrativo. Pero lo más interesante es la manera en que el autor reconstruye una personalidad tan polifacética y controvertida como la de Roger Casement: hijo huérfano, diplomático británico, independentista y nacionalista irlandés, defensor de los indígenas, azote incansable de los brutales colonos, homosexual, amigo, presidiario, enfermo, católico...

Con todo ello, consigue forjar un ser humano auténtico, real, que sale del libro para acercarnos a sus pensamientos y emociones. Viajamos con él en barco y en tren una y otra vez; atravesamos la selva africana y la amazónica; remontamos los ríos de los dos continentes; sufrimos sus distintos dolores y enfermedades contraídos en sus años de servicio en el extranjero; admiramos la belleza atlética y torneada de negros de piel azulada e indios de cuerpos dorados; nos duelen los latigazos con el "chicote", congolés, el secuestro de las mujeres, las heridas en espaldas y nalgas de los indígenas del Putumayo, las marcas de la casa Arana a fuego o a cuchillo sobre la piel de los recolectores forzosos de caucho, las mutilaciones, la presión del potro de tortura...; asistimos a las entrevistas de los testigos del genocidio de los indígenas para satisfacer la codicia occidental; experimentamos la enorme frustración de no poder castigar a los genocidas; nos devanamos los sesos rozando la locura; nos relajamos en sus momentos de retiro; nos amarga el sabor de la traición; sentimos el aislamiento de la vida en prisión; el miedo a la muerte, y la confianza en Dios...


Vargas Llosa

Casement fue admirado en vida por su trabajo sin descanso para investigar y denunciar la barbarie de los colonos en tierras vírgenes ricas en caucho. A pesar de presenciar el infierno en vida, de rozar la deshumanización de algunos hombres "civilizados", él nunca usó la fuerza, y siempre respetó a los indígenas como lo que eran: seres humanos con una identidad propia. Ello le llevó a reflexionar sobre el propio estado de colonización que vivía su pueblo, el irlandés, e implicarse en la lucha por su independencia en los inicios de dicho proceso histórico. Varios de sus mejores amigos le dieron la espalda por llevar su "fanatismo" nacionalista hasta extremos que no aprobaban.

Estos son algunos de los fragmentos que me han llamado la atención sobre la reflexión del confrontamiento entre el mundo occidental civilizado y los pueblos "incivilizados". Desgraciadamente, estos pensamientos se pueden seguir aplicando a nuestros días. Me atrevo a decir que esta es una de las intenciones de Vargas Llosa con la novela. Aparte de rescatar una figura histórica caída, primero, en la deshonra, y, luego, en el olvido, y de denunciar cómo se explotó el caucho a costa de exterminar a tres cuartas partes de la población indígena, extrae ideas universales y atemporales sobre el alma y la naturaleza humanas, para que no olvidemos que nuestro mundo nunca está libre de la codicia, de la brutalidad, de la insensibilidad humanas; y, cómo no, advertir sobre los peligros del nacionalismo.


Roger Casement
Roger Casement


(La expedición de vuelta tras la investigación que se le encargó a Casement en la Amazonía)
Lo más duro de la expedición no fueron los mosquitos azules, grandes y zumbones, que los acribillaban a picaduras día y noche, ni las tormentas que, a veces, les caían encima, empapándolos y convirtiendo el suelo en riachuelos resbaladizos de agua, barro, hojas y árboles muertos, ni la incomodidad de los campamentos que armaban por las noches, para dormir a la mala de Dios después de comer una latita de sardinas o de sopa y beber del termo unos tragos de whiskey o de té. Lo terrible, una tortura que le daba remordimientos y mala conciencia, era ver a estos indígenas desnudos, doblados por el peso de los "chorizos" de caucho a los que Negretti y su "muchachos" hacían avanzar a gritos, siempre apurándolos, con muy espaciados descansos y sin darles un bocado comida. [...]
Lo que resultaba incomprensible a Roger era cómo unos niños de diez o doce años podían cargar horas de horas esos "chorizos" que pesaban - había hecho una prueba de cargarlos - nunca menos de veinte kilos y a veces treinta o más. [...] Ahora comprendió por qué esos seres enclenques podían cargar tales pesos: por el miedo a ser asesinados si osaban desmayarse. El terror multiplicaba sus fuerzas.

(Sobre dos jóvenes indígenas que le piden que los lleve con él a Reino Unido)
Mucho pensaría Roger Casement en el viaje de regreso a Iquitos en esta lección que le dio la realidad sobre lo paradójica e inapresable que era el alma humana. Ambos chiquillos habían querido escapar del infierno amazónico donde eran maltratados y se les hacía trabajar como animales sin darles apenas de comer. [...] Y, sin embargo, aquí, aunque por razones distintas, estaban tan lejos de la felicidad o, por lo menos, de una existencia tolerable, como en el Putumayo. Aunque no les pegaran y más bien los acariñaran, se sentían ajenos, solos y conscientes de que nunca formarían parte de este mundo.

(Conversando sobre la barbarie amazónica)
La maldad la llevamos en el alma, mi amigo - decía medio en broma, medio en serio -. No nos libraremos de ella tan fácilmente. En los países europeos y en el mío está más disimulada, sólo se manifiesta a plena luz cuando hay guerra, una revolución, un motín. Necesita pretextos para hacerse pública y colectiva. En la Amazonía, en cambio, puede mostrarse a cara descubierta y perpetrar las peores monstruosidades sin las justificaciones del patriotismo o la religión. Sólo la codicia pura y dura. La maldad que nos emponzoña está en todas partes donde hay seres humanos, con las raíces bien hundidas en nuestros corazones.

Iquitos


(Recapitulación sobre la corrupción, al finalizar  su segundo viaje a Iquitos para comprobar si se ha condenado a los 237 presuntos culpables de los crímenes contra los indígenas, y han cesado las torturas, las mutilaciones, la explotación, la esclavitud, y los asesinatos)
Más tarde, Roger recordaría estas ocho semanas que pasó en Iquitos como un lento naufragio, un irse hundiendo insensinblemente en un piélago de intrigas, falsos rumores, mentiras flagrantes o esquinadas, contradictorias, un mundo donde nadie decía la verdad, porque ésta traía enemistades y problemas o, con más frecuencia, porque las gentes vivían dentro de un sistema en el que ya era prácticamente imposible distinguir lo falso de lo cierto, la realidad del embauco. Él había conocido, desde sus años, en el Congo, esa sensación desesperante de haber caído en unas arenas movedizas, un suelo fangoso que lo iba tragando y donde sus esfuerzos sólo servían para hundirlo más en esa materia viscosa que terminaría por englutirlo. [...]
Todo era así, Roger se sentía mecido en un remolino adormecedor, dando vueltas y vueltas en el sitio, manipulado por fuerzas tortuosas e invisibles. Todas las gestiones, promesas, informaciones, se descomponían y disolvían sin que los hechos correspondieran jamás a las palabras. Lo que se hacía y lo que se decía eran mundos aparte. Las palabras negaban los hechos y los hechos desmentían a las palabras y todo funcionaba en la engañifa generalizada, en un divorcio crónico entre el decir y el hacer que practicaba todo el mundo.

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