martes, 26 de abril de 2011

La vida entera


Ayer, por fin, me terminé el libro que me regaló mi querida María por mi cumpleaños, que es en agosto.
Como me pasa siempre que acabo un buen libro, siento una gran nostalgia por tener que separarme de sus personajes, de su estilo, de sus vivencias… que me han acompañado durante tantos buenos ratos.

Aparte de ser una gran novela, se trata de un testimonio sobre el conflicto entre israelíes y palestinos. El autor perdió a uno de sus hijos mientras la escribía.

Ora, una madre judía, emprende una peregrinación por Israel porque piensa que así mantiene con vida a su hijo Ofer, que se encuentra en una misión especial. La acompaña Abram, un viejo amigo. Las primeras cien páginas son muy especiales, pues empezamos a conocer a los dos caminantes cuando eran jóvenes, a través de sus conversaciones en la oscuridad.

Después, siguen unas doscientas páginas bastante pesadas, que, aunque yo creo que se podrían haber abreviado, son necesarias para entender mejor la evolución de todos los habitantes de la novela.

El desorientado peregrinaje inicial de los dos amigos, poco a poco, acaba marcando un trayecto, a la vez que les ayuda a recuperar su antigua relación, y a rescatar a las personas que fueron, antes de que acontecimientos muy trágicos los marcasen horriblemente de por vida.


David Grossman

Razones por las que merece la pena leer el libro:

Por las preciosas descripciones de los paisajes, te parece estar acompañándolos en su caminar; la manera en que crecen en humanidad los personajes a cada página; cómo se transmiten los sentimientos tanto físicos como emocionales, de toda índole; las armaduras que cada uno se ha construido para protegerse; la manera tan original en que vivencias presentes se cruzan con las del pasado, de las que nos vamos enterando a través de la narración de los distintos personajes; cómo se tejen las relaciones entre los tres amigos que originan la historia; entre cada amigo, con Ora; entre Ora y su marido; entre los hijos; entre cada hijo con cada uno de sus padres…; secretos que se nos van desvelando poco a poco sin llegar a desnudarlos del todo; la importancia del lenguaje, tanto en la vida de los protagonistas, como en la novela, con juegos de palabras y frases maravillosas que merecerían enmarcarse; la sensibilidad con que se captan todos los estados de la maternidad, desde el embarazo y la lactancia, hasta la madurez.

Después de leer el libro, quedan pocas esperanzas de que la guerra se resuelva algún día. Es impresionante cómo el enfrentamiento marca a cada bando desde la niñez, la obsesión del hijo de la protagonista, desde muy pequeño, con el escaso número de judíos frente al elevado número de árabes en el mundo, de tal modo, que va haciendo un recuento, en un cuaderno, de las bajas que se producen con cada atentado; las placas en recuerdo de soldados o víctimas caídos por cada rincón del trayecto; la justificación del hijo para romperle con pelotas de goma, la pierna a un niño palestino que tira piedras, como un mal menor; las atrocidades que se cometen en ambos bandos; el miedo a los atentados en pubs, discotecas, autobuses… Y, cómo los padres judíos entregan la vida de sus hijos varones al Ejército durante tres años durante los que se la juegan en puntos conflictivos y misiones arriesgadas.

Cuando Ora recuerda el desagradable desencuentro que tuvo, antes del viaje, con el taxista árabe que le había servido toda la vida con cordialidad dice: “lo obligará a hacer las paces con ella. Y si se niega le explicará de la manera más sencilla posible que tienen que hacer las paces porque si ellos dos no son capaces de volver a ser amigos después de un solo día como el que pasaron, puede que sea cierto que tampoco vaya a haber solución para el gran conflicto en el que viven inmersos”

Ora y Abram nos cuentan su vida entera, y la de su familia a lo largo de ochocientas páginas, pero el lector se queda con ganas de saber más.

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