Esta es una de las novelas que más me ha gustado en los últimos años. Se trata de un libro precioso, repleto de sensibilidad, que nos cuenta la vida de Francie, una niña excepcional: seria, sensible, responsable, amante de la lectura, a la que acompañamos en su evolución de niña a mujer.
Un ejemplo de cómo se puede hacer literatura de una enorme belleza sobre la miseria, el hambre y el alcoholismo. Está basado en la vida de la autora, aunque ella decía que no era su vida, sino la vida que le habría gustado vivir. Abundan momentos inolvidables de gran intensidad, y pasajes repletos de poesía.
A sus páginas, asoman personajes que permanecerán en el recuerdo. La abuela de Francie, que era analfabeta, pero aconsejó sabiamente a su hija para sacar a sus nietos de la miseria. Katie, la madre de Francie, que se destrozó las manos con sosa y lejía para arañar centavos de dólar, y que sus hijos llegasen a la Universidad. Guiada por su madre, concluyó intuitivamente que la clave para prosperar no era otra que la educación. Es un modelo de dignidad. Katie es una madre abnegada, nada dada a sensiblerías. Quería a su hija, pero no era capaz de demostrárselo, aunque lo sabía todo de ella, y tenía momentos de acierto. La tía Sissy, “una mala mujer”, que era buena con todo el mundo. Johnny, el padre de Francie, que adoraba a sus hijos, pero se perdió y no supo encarrilarse. Nos transmiten sus miserias de alcohólico con amor, con ternura, es más, con belleza.
Betty Smith |
Vivimos con angustia y alegría cada pérdida y cada ganancia de centavos. Saboreamos las comidas que consiguen en momentos de estrechez (¡aquel chocolate con un dulce de merengue!) Celebramos con ellos la Navidad, Acción de Gracias, el día de la graduación…
La novela se abre y se cierra en Brooklyn, con el árbol de los pobres. Nos quedamos con la satisfacción de haber formado parte de sus vidas por unas horas, y comprobar que se puede ser feliz, siendo pobre, pobrísimo, y ser digno.
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